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Lalo Azcona, el primer mariscal de campo Teco

“Al principio organizábamos bailes y rifas para hacernos de dinero e ir comprando uniformes y balones”, recuerda el iniciador de futbol americano en Guadalajara.

Por: Alfredo Arnold
26/Mar/2020
UAG
El acercarse la mitad del siglo pasado, el futbol americano era todo un suceso en la capital de la República. El clásico Pumas-Poli atraía multitudes de estudiantes y la atención de la prensa deportiva. En cambio, en Guadalajara ni siquiera se conocía ese deporte. El interés de los tapatíos lo acaparaba el futbol, aunque también había afición por el basquetbol, el ciclismo y el tenis. Pero de tacleadas, nada. En los años sesenta, la televisión comenzó a transmitir el Tazón de las Rosas, lo que generó cierta curiosidad, aunque insuficiente para que los jóvenes tapatíos se interesaran en jugarlo.

Por aquellas fechas, un joven que había venido de Mazatlán a estudiar la preparatoria en el Colegio Cervantes, y luego la carrera profesional en la Universidad Autónoma de Guadalajara, destacaba en el básquetbol y el béisbol, pero tenía la inquietud de jugar futbol americano, pues su hermano mayor era integrante de los Borregos del Tec de Monterrey, y en las vacaciones un grupo de amigos se juntaba a jugar una especie de tochito en las cálidas playas porteñas.

Fue en el Instituto de Ciencias Biológicas (ICB), que en ese tiempo era el campus principal de la UAG y sede de las facultades de Ingeniería y Ciencias Químicas, donde Eduardo Azcona Sullivan encontró eco a su idea y se enfocó en promoverla. No fue fácil: no había campo, ni jugadores, ni cascos, ni hombreras, ni árbitros, ni público. Solamente contaban con el ovoide que Lalo había traído de Mazatlán. Así empezó todo.

¿Cuándo se inició el futbol americano en la UAG?

En 1964 entré a la UAG, a la carrera de Ingeniería Mecánica Eléctrica. Siempre practiqué deportes, principalmente béisbol y básquetbol, pero sentía curiosidad por el futbol americano. En la universidad había equipos fuertes precisamente en el beis y el básquet, pero no existía el futbol americano, y un día nos juntamos varios compañeros de Sonora, Sinaloa y Chihuahua. Ahí acordamos lanzar una convocatoria para los estudiantes que quisieran entrenar en los campos de Lomas del Valle, frente a la Facultad de Ingeniería, que estaba a un lado del acueducto.

¿Quién los dirigía?

Al principio era una iniciativa solamente estudiantil. Pusimos carteles, y varios alumnos de Ingeniería y Medicina se interesaron, y así se fue formando el equipo. Se nos unieron varios muchachos estadounidenses que estudiaban Medicina. Nosotros mismos nos entrenábamos y diseñábamos sistemas y jugadas, hasta que llegó un compañero de apellido Flores, de tercero o cuarto año de la carrera, quien había jugado en Estados Unidos. Él nos ayudó a entrenar y a organizarnos mejor en el campo.

¿Dónde entrenaban?

Por aquel tiempo entrenábamos en los campos de tierra que había en Lomas del Valle y en la Unidad Deportiva Revolución, que nos quedaba muy cerca. También nos prestaban el campo de futbol soccer del Cervantes Costa Rica y el de la American School, frente a donde estaba el Club Guadalajara.

¿Cómo se hizo el equipamiento?

No teníamos equipo de juego; cascos, hombreras, fundas, etcétera. En las tiendas de deportes de Guadalajara no vendían ningún artículo para futbol americano… si acaso balones, pero nada más. La UNAM nos apoyó dándonos equipos usados, pero teníamos que ir por ellos a la Ciudad de México. A mí me tocó ir en un par de ocasiones. Organizábamos bailes y rifas para ha-cernos de dinero e ir comprando uniformes y balones. También los compañeros estadounidenses, sobre todo unos que eran de Texas, consiguieron que algunos colegios de allá nos proporcionaran equipo en mejores condiciones, pero también había que ir a recogerlo.

¿Se involucró oficialmente la universidad?

Al poco tiempo de que empezaron a llegar jugadores recibimos el apoyo de la Federación de Estudiantes de Jalisco (FEJ) y se consolidó el equipo. Fue cuando ya comenzamos a tener partidos amistosos con equipos foráneos. Viajamos a México, Saltillo y otras ciudades. No había más equipos en Guadalajara ni por aquí cerca, más bien estaban en el centro del país y el noreste, digamos Saltillo, Monterrey y Chihuahua.

¿Acudían aficionados a ver esos partidos?

Yo estuve muy involucrado en este proceso, fue algo apasionante. Nos ayudó mucho un estudiante de Medicina, no tan joven por cierto, de apellido Mitch, quien tenía bastantes conocimientos de futbol americano y le dio estructura formal al equipo. Para entonces (1970) yo recién había terminado la carrera y se estaban inaugurando las nuevas instalaciones de Ciudad Universitaria. Entramos a una liga regional y jugábamos de locales en lo que hoy es el estadio Tres de Marzo. Recuerdo que los estudiantes llenaban la única tribuna que había del lado poniente, y una batucada de alumnos panameños ponía un ambientazo. Al principio el público no entendía el juego, sólo se emocionaban con las tacleadas y cuando los defensas le caían encima a un jugador ofensivo, pero teníamos un narrador con micrófono que explicaba las jugadas y decía el marcador. Eso ayudó mucho para que los aficionados fueran entendiendo de qué se trataba el futbol americano.

¿Qué posición jugabas?

Yo jugué hasta 1972. Al principio jugaba todo el partido, tanto la ofensiva como a la defensiva, pero cuando creció el número de jugadores y el equipo se consolidó jugué como quarterback, mariscal de campo.

¿Qué te dejó esa experiencia?

Gracias a Dios, fueron años de juventud, educación, disciplina, organización, compromiso y amistad. Aún conservo buenos amigos de esos años, como Reynoso, Fernando Lizárraga, Carlos Aldrete, Lira, Palacios, Campos… recuerdo físicamente a muchos de ellos, pero sus nombres ya no. Casi todos éramos estudiantes foráneos, y cada quién se fue a su casa o a su país cuando terminamos la carrera. Ni siquiera tenemos muchas fotografías de aquella época.

Eduardo Azcona regresó a su natal Mazatlán después de contraer matrimonio con la también mazatleca Olga Valadés Torres.

Se especializó en refrigeración de barcos y creó la empresa TMC del Pacífico, que da servicio a la flota camaronera del puerto. Tienen una hija casada que radica en Estados Unidos. Lalo tiene 73 años, y para no extrañar las canchas actualmente juega tenis.

“Espero que pronto los Tecos lleguen a disputar una final en la máxima categoría de la Liga Mayor. Me daría mucho gusto verlos en lo más alto”, finaliza el iniciador de esta gran aventura deportiva.

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